Skip to content Skip to footer

Esta mañana he preparado el desayuno como cada día, sin embargo, mi disposición interna era muy diferente. La suavidad y la quietud eran mis compañeras. Podía sentir con absoluta claridad como cada cosa que hacía era parte de un todo: recoger las cosas del mesón, buscar los alimentos, pensar qué preparar.

Anoche vi la película A fuego lento o El sabor de la vida, su título en español latino. No podría decir cual de las dos traducciones de su título es mi preferida. Ambas pueden serlo. Por una parte, siento que la vida a fuego lento nos permite asirla con tal plenitud que nos hace imposible querer huir de ella y sus circunstancias. Y luego, mientras la vida nos atrapa, amorosamente, podemos absorber su sabor, disfrutándola con toda su sensualidad. Y es esta sensación evocadora de tal profundidad y amor la que me acompaña esta mañana.

Preparé un desayuno como cualquier otro, la diferencia estaba en mí. Dispuse todo lo necesario para hacer unas churrascas, a mi hijo le gustan mucho. Fue algo que incorporamos en el 2020, en plena pandemia. Podrían parecerse al pan pero mucho más livianas y rápidas de hacer. Crujientes y blandas, recién preparadas nos parecen un verdadero deleite y las comemos con ganas!

Estando en la cocina, escucho a mi hijo que desde la cama me llama a gritos —ya sabemos lo que es eso— pidiendo que lo fuera a ver. Dejo al fuego haciendo su magia, cociendo los alimentos junto con el agua a punto de hervor. Me acerco a la habitación, no veo a mi hijo. Está escondido debajo de las mantas, muy estirado, apenas respirando. Me lanzo muy sigilosa a hacerle masajes cosquillosos y él aguanta la risa. Le doy muchos besos en su cabecita que sale debajo de las mantas, ahora sí riendo con ganas.

Vuelvo rápidamente a la cocina, sigo con el desayuno. Sobre la bandeja pongo las tazas con las infusiones de hierbas del campo, muy calentitas. Busco las servilletas de algodón, las mismas que me regaló la mamá hace unos 12 años. Las coloco en la fuente de greda y guardo ahí las churrascas recién hechas para que guarden su calor. Otras se van al plato con queso fundido. Saco la mermelada de ciruelas que trajimos del sur y que sigue conservando todo su sabor. Pienso en las frutas que fueron cosechadas en verano, luego de haber recibido el sol, el aire y la lluvia junto al lago y las montañas, y también en cómo fueron preparadas en los fogones de la cocina de Don Arnoldo y su familia. Pienso en que debería hacer huevos revueltos con los huevos que le regaló la Yayita a Aitor, pero finalmente decido que no.

Después de un rato, la bandeja queda vacía. Tomamos nuestro desayuno en la habitación, acostados y arropados con las mantas mientras entraba el sol por la ventana. Nos acompañaron algunas lecturas de domingo remolón. Finalmente nos levantamos, por mi parte, busco un lápiz y mi cuaderno de notas y comienzo a escribir estas líneas.

Acuérdate, sé respetuoso/a con mi trabajo, si no te gusta simplemente busca otro contenido acorde contigo, seguro lo hay. Y por supuesto, puedes compartir lo que publico, mencionándome en las entradas que hagas a través de cualquier medio.

Deja un Comentario

Contacto

¿Tienes preguntas?

¿Quieres colaborar como marca o persona inspiradora? ¿O tienes otras ideas interesantes?
Escríbeme a través de este formulario, en breve me pondré en contacto contigo.

    Las Horas del Verano © 2025. Todos los derechos reservados.

    Go to Top