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Sí, fui de las que pudieron escuchar casetes y también discos de vinilos durante los 80. Los discos eran de mis papás, el tocadiscos tenía una tapa transparente con dos parlantes bien grandes. Tengo en mi memoria el recuerdo de estar colocando la aguja sobre el vinilo, uno de esos pequeños, y luego oír su sonido tan singular, instantes fugaces previos al comienzo de la música. Me gustaba escuchar uno de Miguel Bosé, seguro era de mi hermana mayor.
Era pequeña, menos de 9 años tendría, no sé muy bien. Puede que más niña todavía.
Y de repente, sin darme cuenta cómo, llegaron los casetes, había muchos y muy variados. Me gustaba recibirlos de regalo, sacar su envoltorio de plástico transparente, ver sus carátulas y sus mini cancioneros, algunas fotografías del grupo o artista y los datos de grabación. Los podía ver y leer mil veces, cualquiera, me encantaba. Apreciaba con gran dedicación cada detalle.
Recuerdo en especial los primeros casetes que solo fueron míos, porque los pedía como regalo de cumpleaños o para navidad. Los escuchaba mil veces, a solas con el equipo de música que estaba en el living comedor. Me sentaba en el suelo y me disponía a ser toda oídos solo para la música durante horas.
Los casetes y yo éramos los mejores compañeros después del colegio, aprovechaba las tardes cuando estaba sola en casa, para darle volumen al máximo con el fin de cantar y bailar mirándome en el reflejo de los grandes ventanales. Quitaba la mesa de centro para tener espacio suficiente, movía el sofá y los sillones, la sala de conciertos requería su preparación previa. Al poco de comenzar mi fiesta íntima, iniciaba también el juego de rebobinar, parar, avanzar, repetir canción, y así en bucle hasta sentir en mí las melodías, las letras y el movimiento como en un estado de trance. Belleza. Y bueno, la parte social de los casetes era muy entretenida, por ejemplo, cuando entre los amigos nos pasábamos la música de nuestros grupos favoritos para poder grabarlos en casa o regalar las cintas caseras a alguien que quisiéramos. Era emocionante recibirlos con carátulas “personalizadas”.
Después de adulta la cosa no cambió tanto. Me acuerdo cuando llegué a Barcelona y descubrí el Fnac y su sección dedicada a la música llena de muebles con CD, tótems musicales dispuestos en sus pilares y espacios con butacas donde sentarte, si querías. Mi parte favorita era ponerme los auriculares, especialmente grandes no sé porqué, en mis oídos. Al principio fui un poco tímida, sólo escuchaba, y luego con total placer terminaba bailando y cantando (discretamente). ¿Quién no lo hizo? Llegaba tarde a alguna cena o me iba corriendo a trabajar por pasar por ahí en cualquier momento del día.
Pero la sensación de comprar música y todo lo que significaba ir a las disquerías a escuchar los discos para ver si los llevabas o no, ha cambiado porque se han transformado las maneras de oír música y también de comprarla. Debe ser por eso que todavía escucho tanta radio y programas de música, para sentir esa emoción al oír una canción casi por sorpresa y también porque puedo saber de primera mano la génesis de las canciones o discos y los momentos que lo rodean. Y por supuesto, mi sala no tiene mesa de centro porque el espacio para cantar y bailar es sagrado.
Mis gustos son variados así es que escucho algo de todo, aunque mi amor incondicional se lo entrego a algunos pocos. Mi yo más íntimo está lleno de movimiento, música y sensaciones rítmicas. Y otras cosas más que no vienen al caso en este relato, pero sí, la música ocupa un lugar especial en mi corazón, sencillamente la amo.
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