La primavera pasada hice un taller con Proyecto Diccionario y Escuela Poética, llamado Pequeño diccionario personal. Durante un mes, cada semana estuvimos reuniéndonos un grupo de personas motivadas por las palabras, la poesía o el lenguaje. Nos juntamos online desde distintas partes del mundo para compartir y crear nuestras palabras inventadas, conocí gente de diversas profesiones y quehaceres, que nos unía el placer del lenguaje; tal vez el lenguaje poético. Los anfitriones prepararon metodologías y dinámicas con las cuales fuimos aprendiendo y creando juntos. De todas tengo el recuerdo de dos, especialmente.
La primera es un juego tipo puzle con el que se formaban palabras nuevas a partir de sufijos, prefijos y raíces; la cuestión era mezclar y ver el resultado de sus distintos cruces infinitos. La segunda, fue el recital de palabras de todos mis compañeros, uno detrás de otro y sin detenernos, leyendo en voz alta una o mas palabras y sus significados personales. Esta última, es mi favorita por lejos.
Otra cosa interesante es que el taller lo hice muy bien acompañada de mi hijo de 7 años. No quiso perderse ni una sola de las sesiones y al estar los dos en casa era muy fácil que se asomara para participar, a su manera, de las distintas dinámicas. Él hizo sus propias palabras y conoció una forma nueva de cómo divertirse con el lenguaje. Aunque es cierto que nosotros ya veníamos inventando nuestros propios juegos como contar silabas y buscar muchas palabras esdrújulas y sobresdrújulas muy complicadas sólo para reírnos y divertirnos un rato.
Aquí les comparto algunas de las palabras personales inventadas:



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Y yo me pregunto, ¿por qué me gustan las palabras? ¿qué me pasa con las palabras o el lenguaje? … no tengo respuestas para estas preguntas. Tal vez sea un juego de la mente, una atracción irracional o una forma de conocerme y habitarme.
Escribiendo esto, recordé otro juego que hacíamos con Aitor cuando era más pequeño y que a él le encantaba, el juego se llamaba “El pez palabra”. El juego consistía en colgar desde la mesa del comedor un trozo de hilo grueso de algodón con distintas letras de madera natural. Ellas estaban colgando sobre un acantilado donde había un pez llamado Pez Palabra, entonces yo movía el hilo de letras haciendo como que caerían al agua y el pez tragaría una letra y a cambio de su comida en forma de letra él nos devolvería una palabra de regalo. Aitor señalaba la letra que caía al agua y también la palabra: si caía la letra “I” entonces debía indicar una palabra con esa inicial. El pez a veces era muy glotón y comía montones de letras y nos regalaba infinidad de palabras desde el río (era un pez de río, no de mar). Este juego así como otros más era un juego exclusivo de la hora de la cena entre él y yo. Y sí, lo reconozco, hacemos todo lo que dicen no se debe hacer en la mesa: cantamos, leemos libros, inventamos juegos, en ocasiones discutimos o estamos en total silencio.
Finalmente, nuestros pequeños diccionarios personales nos han dado muchos buenos momentos. El mío lo imagino creciendo y juntando nuevas palabras a lo largo del tiempo. Me encantaría recordar las palabras inventadas en mi niñez. Inventar palabras o palabros, como dicen por ahí; por pura diversión, casualidad o “equivocaciones” al aprender nuestro idioma materno, es salgo que siempre hacemos en la infancia y ahora de adulta lo retomo y lo convierto en juego.
Palabras por diversión, por placer, por compartir, por crear.
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