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El orden que no es orden y que sirve para mí, esa es mi magia; mi mente divaga y de repente ahí está la película frente a mí, rodando nítida cada parte y su todo.

Navegando el caos, buscando entre la niebla. Eso podría ser lo que sucede. Sin darme cuenta, apenas un atisbo de comprensión llega hasta a mí. Intento meterme ahí y es entonces cuando se vuelve a esfumar.

Ay! me lamento. Quiero volver a intentarlo. Es inútil, ya pasó. Entro en la pequeña sala mirando de soslayo; veo las flores, las velas y también el calentador que irradia su luz anaranjada. Veo el ataúd, está cerrado.

Estando fuera parece que nada haya sucedido. Y sin embargo, tu cuerpo yace en un cajón especialmente preparado para este momento y que en unas horas arderá dejando el fuego solo tus cenizas. Miro a mi alrededor; las personas conversan animadas, hablan de ti. Sus palabras y pensamientos están recordándote.

Anoche al saber que habías muerto no sé muy bien qué sucedió. Solo sé que pasó. Viniste a mi mente y mi cuerpo se abrió; imágenes, lugares, gestos, colores, todo a la vez hicieron que mis ojos se inundaran, no podía ver, ni siquiera podía hacer que mis lágrimas dejaran de brotar a raudales hasta convertirse en sollozo.

Quise evitarlo, evoqué tu sonrisa, tus ojos color cielo, tu dulzura. Lloré, lloré sin parar. Aunque conocía tu estado y tu enfermedad, también de tu dolor y que tal vez, el desenlace de tu vida estaba en su recta final, mi pena se juntó con la de los tuyos, quizá con la tuya, con la de mi familia.

Mi mente me daba razones para comprender y aceptar. Mi cuerpo y mi corazón hacían que mi razón se confundiera y solo se entregaron a expresar sin pudor ni límites lo que estaba oculto para mí.

Estando fuera, intentando calentar mi cuerpo con los rayos cálidos de un sol invernal, podía sentir que tenía que escucharte. Sí, escucharte. Pasé nuevamente a la sala, muy de puntillas, sin hacer ruido, para casi no estar ahí. ¿Y sabes qué me dijiste? La vida es como un traje que te pones y te sacas…lo que ves no es la vida, es un instante.

Y entonces, otro trocito o pieza del puzle se puso en su lugar y yo sin apenas entenderlo. Gracias pero no sé qué me quieres decir, pensé. Es un traje, es un sueño, es un instante, es un juego. Todo esto como carros de un tren entrelazados daba vueltas en mi cabeza.

Si es un traje, un juego, un escenario ¿Qué hago con eso? Y sabes, escuchaste mis preguntas, viste mi confusión y de forma aún más clara repetiste: haz lo que quieras. Así, sin más lo que quieras.

Aparece el orden que no es orden. Aún viene y va pero quiero que sepas que lo intento. Lo retengo, que es lo que puedo hacer por ahora. Entiendo lo que me dices o al menos es lo que creo.

Hoy, luego de varios días, en otro lugar, otro contexto, lo vuelvo a oír desde otra voz con mucha fuerza y determinación, y lo tomo otra vez: haz lo que quieras.

Lo que quiera

¿Y qué sé yo acerca de la libertad?, me pregunto. Esas frases que me regalaste las tomaré como una invitación que me arroja a un punto donde lo conocido debe dejar de existir. Tal vez una parte de mí sobreviva, esa parte indómita que me lleva a buscar, encontrar y respirar. Sí, quizá se trate de que mi respiración y la libertad finalmente pueden ser mis aliadas para dejar de sentirme asfixiada.

Vuelven a mí los recuerdos de ahogo y angustia que tantas veces sentí en el pasado ¡no poder respirar! ¿Cuántas veces mi cuerpo me lo ha dicho? Y ahora tú, con tu dulzura, tu bondad haces que aparezca el orden en el caos, en el dolor.

Y también tú, otra tú te mezclas en esta historia de libertad. Veo que juegas, lo intentas, escuchas tu voz y la escribes, la gozas. ¿A ti también ha llegado esta invitación a vivir? Ciertamente, sí. Me aventuro a creer que las despedidas que habitan tu corazón te lo han mostrado.

Y ahora; mi libertad, mi respiración, mi movimiento, mi orden. Un orden en el amanecer de un nuevo día, en la intimidad de mi habitación cuando un pequeño destello de luz lo ilumina todo. Me dispongo, tomo el nuevo día. Hablo con mi libertad.

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