El cumpleaños estuvo bien, nos divertimos. Era algo muy familiar, yo era la única que no formaba parte del grupo habitual. Mi prima disfrutaba mucho de estos espacios con sus suegros y sus cuñados, la sociabilidad que era más esquiva en su casa, a ellos les sobraba. Y a mí me encantaba visitarla y pasar vacaciones con ellos, nos conocíamos desde la infancia.
Estando de espaldas a la entrada alguien me tapó los ojos. Es algo que no puedo soportar, con desesperación cojo las manos y me las trato de quitar rápidamente y esta vez no fue la excepción. No fue difícil hacerlo, las manos que no me dejaban ver apenas pusieron resistencia a las mías. Al girarme vi la sonrisa de Diego que me saludaba acompañada de un gran abrazo; mi corazón dio un vuelco. Cruzamos dos palabras y luego se unió a su familia y amistades saludándolos cariñosamente. Yo me puse a hacer algunas fotos para el recuerdo.
Pasaron las horas entre los preparativos de la comida, las conversaciones alborotadas ante el fuego de la chimenea o en el quincho donde se estaba preparando todo. Mis pensamientos estaban dispersos, mi corazón alterado, no estaba segura de lo que estaba sucediendo. ¿Qué son estos sentimientos que de golpe se asomaron sin siquiera quererlo o buscarlo? La noche anterior me sorprendió con su ambiente festivo celebrando su cumpleaños.
Nuestras miradas se cruzaron unas cuantas veces, conversábamos alrededor de la mesa. Diego estaba casi todo el tiempo donde yo estaba, esa tarde me sentía dentro de una nube. Con menos gente alrededor pudimos compartir mucho más que la noche anterior. Entre los hermanos hacían bromas para el público; como grandes anfitriones nos hacían disfrutar a todos los presentes de una gran celebración. Una celebración que se extendía ya por dos días. Justo antes del almuerzo mi prima me sorprendió al decirme que nos quedaríamos a dormir. No lo podía creer ¡Nos quedaríamos a dormir! Podría disfrutar unas horas más junto a Diego antes de que llegara su novia a la mañana siguiente.
Al caer la noche y luego de haber pasado una tarde espléndida en la que prácticamente unimos el almuerzo con la cena, casi todos decidieron irse a dormir, estaban cansados después de un fin de semana muy celebrado. Algunos nos quedamos en la sala de estar viendo una película; un cuñado de mi prima con su novia, otros amigos y yo. Luego se sumó Diego que se sentó junto a mí. Conversábamos con susurros de vez en cuando para no interrumpir la película a los demás y lentamente nos acomodamos hombro con hombro, Diego pasó su brazo por encima apoyándolo en el respaldo del sofá quedando mi cabeza junto a su pecho. Así nos quedamos hasta terminar de ver la película, de la que apenas recuerdo su nombre. Entrada la noche todos se fueron a dormir excepto nosotros. Sentados uno junto al otro, un poco en silencio, un poco hablando. Conversamos acerca del fin de semana, de la universidad, del cumpleaños hasta que las palabras nos llevaron a un lugar más íntimo. Hablamos de nosotros, un poco de su novia, brevemente de mi novio. En un momento dado dijo en voz muy baja que a su novia no le haría mucha gracia vernos así en el living a media luz, sentados en el sofá tan próximos, tan cómplices. Le sonreí, estaba nerviosa, era muy posible que a mi novio tampoco aunque no estaba muy segura de que me estuviera esperando al regresar a la ciudad.
Continuamos juntos, ahora más abrazados rozando nuestras piernas y brazos, mirándonos a los ojos, hablando suavemente y con las manos agarradas. Una luz tenue nos daba el escenario perfecto en aquella sala de estar tan bien dispuesta junto a la chimenea sintiendo la lluvia que caía afuera en el campo. Pude perderme en la profundidad de sus ojos verdes, en su sonrisa y conocer sus reflexiones, él también escuchó las mías. Sentimos el calor de nuestras manos y nuestro cariño genuino. Sentí sus caricias en mis manos y en mi pelo preguntándome en mi interior qué pasaría si nos besábamos. No sé bien quien dio las buenas noches y cómo nos separamos para irnos a dormir a altas horas de la madrugada.
Nos contuvimos, lo sé. Internamente sabíamos que traspasar ese umbral podría traer consecuencias para ambos y también para nuestras familias. Nuestra lealtad y también nuestros compromisos contribuyeron a que ese fin de semana fuera el único en el que compartiéramos unidos por un sentimiento al que nunca nombramos y al que nunca volvimos.
Aquella noche el silencio fue nuestra única compañía, además de la lluvia y el crepitar del fuego. En lo sucesivo seguimos encontrándonos y ni él ni yo volvimos a hablar de esa noche. Sí puedo afirmar que muchas veces nos encontramos en eventos familiares donde sentí su mirada buscándome y yo huyéndole.
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