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Me gustaría empezar contando una de las tantas historias que nos contaba la abuelita mamá cuando nos acompañaba a la cama estando de visita en nuestra casa en la ciudad. Las vacaciones de invierno casi siempre coincidían con sus visitas, pasaba un par de semanas con nosotras y todo era más festivo. Visitaba a todos sus hijos e hijas que vivían en la capital, pero pasaba más días en nuestra casa y eso nos encantaba a mis hermanas y a mí. Fueron tantas las historias de la familia que nos relató, que ahora desearía con todas mis ganas poder recordarlas para contarlas.

Como escribí hace un tiempo, estos meses de estudio del Transgeneracional de mi familia ha sido un tremendo viaje. Y como todo viaje, trajo sus sorpresas y aventuras. De las sorpresas más lindas ha sido redescubrir la historia familiar de mi lado materno. Sí, las historias de mi abuelita no las puedo recordar, pero sí he podido recomponer parte de ellas. De mi abuelito papá, que murió cuando yo era una niña, tenía recuerdos vagos, como verlo sentado a la cabecera de la mesa del comedor o caminando por el campo con sus manos a la espalda y sonriendo, siempre de traje. Mis abuelos, tan distintos y tan iguales, caminando tranquilos por el campo, mi abuela en su jardín cultivando y recogiendo flores.

Y en este viaje me veo, sí me veo en la tierra que me une irremediablemente a mis ancestros, no un lugar específico, sino el amor a la Tierra; al campo, a las flores, a los árboles, a la cosecha de los alimentos, las hierbas medicinales. A la vida tranquila, a disfrutar de la luz, de la lluvia, de la brisa fresca, los colores de los amaneceres, el olor del rocío y la tierra mojada, a las largas caminatas.

Puedo recordar la muerte de mi bisabuela, quien murió de forma abrupta y dramática, dejando a mi abuela huérfana. Lo mismo mi bisabuelo, que varios años más tarde murió ahogado en extrañas circunstancias. O cómo mi tatarabuelo muriera con tan solo 40 años de edad, dejando a su mujer viuda con su vasta descendencia. Mi abuelo tampoco lo tuvo fácil, uno de sus hermanos murió con solo 18 años de edad corriendo a caballo, dicen. Y su papá, es decir, mi bisabuelo, viniendo de la ciudad al campo cayó de su cabrita al lecho del río muriendo de hipotermia. Todas muertes dolorosas e inesperadas, que impregnaron de dolor el corazón de la familia.

Pero no todo fue dolor, también hubo aventuras y alegrías. Como por ejemplo, recordar las historias ligadas al campo de la familia de mi abuelo, con su criadero de caballos y molinos. Imaginándolo como estudiante interno en la ciudad viviendo esta etapa entre el campo y la costa. O como una de mis bisabuelas llegó a vivir con su marido e hijos, desde Valparaíso a Los Ángeles, quedando viuda siendo muy joven (34), teniendo a cargo 13 hijos. Y que luego durante el SXX abriera una sala de cine en la ciudad de Concepción. No puedo imaginar si quiera cómo fue ser una mujer viuda, tener tal cantidad de hijos, criarlos y además procurar una buena vida para todos. Admirable, por decir lo menos. Y cómo no, la guerra también estuvo presente, como en muchas familias que perdieron a su familiares durante la Guerra de Pacífico, mi familia también lo tuvo. En nuestro caso fue nuestro tastatarabuelo, quien fuera Comisario de Guerra por la Marina, muriendo justo un año antes del fin de la guerra. Puede sentirse con contradicciones el hecho de que muriera en tales circunstancias, cierto, pero prefiero verlo a él, como a tantos otros hombres y jóvenes, valiente y corajudo teniendo que participar en un conflicto bélico dejando a su mujer e hijos con la esperanza de volver a casa algún día.

Escribiendo este relato también me doy cuenta de que además de la Tierra nos une el mar, porque la familia de mi madre está ligada a la costa y al interior, la vida de campo. Puedo entender como disfruto lo uno y lo otro, cómo mi corazón late con fuerza en presencia de la abundancia de la tierra, los caballos y el oleaje del mar, un paseo por la playa. Y sobre todo puedo comprender mucho mejor a mi propia mamá; su amor por la tierra, su confianza en las hierbas medicinales, el tremendo amor por los caballos, su sueño de volver al campo.

Se van uniendo las piezas de un rompecabezas que parecía imposible porque ciertamente faltan muchas partes por aparecer, porque la invisibilidad de la historia de las madres es brutal, pareciera que no están o si están aparecen muy debajo de otras historias más conocidas, más nombradas. Mi abuelita murió de Alzheimer y nunca dejó de llamar, buscar o hablar con su mamá. Esto junto con la revisión del árbol, me hace sentir y confirmar que la unión de las madres con sus hijos es irremplazable, y que conociendo su historia y honrando su linaje, se abren grandes senderos por los cuales hacer la vida, la nuestra, los descendientes. A nuestra manera, desde el corazón.

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