Es la suavidad de la brisa, el agua que delicadamente toca mi piel. Tal vez es el tenue movimiento que mece mi cuerpo flotando.
Miro en el cielo las nubes que caminan hacia el sur, enmarcadas con las ramas de los árboles, allá en lo alto. Mi mirada se pierde en ellas.
Al fondo escucho los juegos de mi hijo que ríe y tirita de frío, lo siento en su voz. Pero sé que ni el aire fresco ni el agua fría merman su alegría y vivacidad, al contrario, se transforman en fuego que anima.
Pájaros y aves se cruzan en sus vuelos veloces y determinados con sus piruetas y cantos, de copa en copa, de verde en verde.
Los queltehues son los nuevos inquilinos en la hierba alrededor que otorgan notas altas a la calma que envuelve el momento.
Me sintonizo con la luz de la mañana, con el lucero de la noche. Siento la expansión de mi alma, es el campo, pienso.
Ojalá pudiera pintar lo que siento, las palabras no me bastan. Deseo plasmar los colores, el viento aterciopelado, la claridad de la luz, las vivencias cotidianas —tan sencillas y llenas de vida.
No hay pensamientos, se van disipando con los días y las noches profundas y oscuras. Los perros ladran a lo lejos y antes algún gallo cantaba.
Acuérdate, sé respetuoso/a con mi trabajo, si no te gusta simplemente busca otro contenido acorde contigo, seguro lo hay. Y por supuesto, puedes compartir lo que publico, mencionándome en las entradas que hagas a través de cualquier medio.