Esta madrugada me desperté y vinieron a mi mente, entre otras cosas, mi abuela materna, su campo, sus últimos años de vida en la ciudad y sus movimientos luego de enviudar. Supongo que viene a mi mente por una foto reciente que encontré en casa de la mamá, la foto estaba guardada entre otros tantos papeles esperando que en algún momento se decidiera a sacar una copia en buen estado. Es una polaroid desarmada que debe tener muchos años y estoy casi segura de quien la hizo, uno de mis tíos que andaba con la cámara en tantas de sus visitas al campo, viendo a sus padres.
En esos años íbamos casi todos al campo a pasar la temporada de verano, sí, los tres meses casi completos. Era muy entretenido, primos y primas dando vueltas por ahí, a veces solo nosotras las tres hermanas, en otras ocasiones con los familiares que vivían en la zona. Primos y primas que crecimos muy unidos por voluntad de nuestras mamás y papás sobre todo durante nuestras vacaciones escolares. Aquí nombro el verano pero también hubo breves semanas de inviernos.
Apenas recuerdo a mi abuelo, murió a los 72 y mi abuelita quedó viuda con 64 años, muy joven. Durante los siguientes años continuó viviendo en el campo sola y en ocasiones acompañada por una de sus hijas menores. hasta que decidió venderlo. El campo que había sido herencia de su madre y el lugar que siempre nos recibió dejó de estar para todos nosotros. No sé cuanto tiempo pasó entre una cosa y otra, solo sé que la vida cambió radicalmente para ella, en muchos sentidos.
No imagino lo que fue para mi abue hacer ese cambio de casa y modo de vida. Se fue a vivir a la ciudad, ciudad que conocía perfectamente y donde tenía muchos otros familiares, pero la vida de campo, tierra de sus antepasados ¿la extrañaría? personalmente siento que fue doloroso, removedor y tal vez en algún sentido también haya significado un alivio para ella.
Cuando mis padres vendieron la casa de La Blanca, la casa donde vivieron por cincuenta años casi, aunque entendía todas sus razones y hasta las compartía, fue doloroso para mí. Todavía hoy me duele dependiendo del día. En ocasiones sueño con la casa, con el barrio. En mi familia nadie se acuerda de ella, al menos eso parece, y que se eche al olvido un lugar tan relevante y primordial en nuestras vidas me parece triste. Es por eso que quiero hablar de ella, igual que mi abuelita me hablaba del campo, de su vida y de su familia. Porque estoy segura de que mi abue lo extrañaba y que por esta razón volvió a vivir al campo, otro y mucho más pequeño, pero campo.
La casa de La Blanca fue testigo de toda mi vida hasta que me fui a vivir a Barcelona, también puede dar fe de que cada año volvía de visita y luego, al volver a Chile, fui una visita esquiva. Sabía que su tiempo ya había pasado, que papá y mamá debían tomar decisiones, y para sorpresa de todas sus hijas, se pusieron de acuerdo en algo que nunca creí que sucedería. Ellos volvieron a uno de sus sueños iniciales, vivir en el campo juntos. La primera vez que lo intentaron fue hermoso y no lo vi, no había nacido. Habían bellos planes, decisiones y acciones que cuando las relata el papá entiendo tantas cosas de mí. Esta era la tercera vez que lo intentaban y ahí siguen hasta hoy, en el campo.
Si bien la ciudad y el campo son parte de mi vida, los cimientos familiares de La Blanca perduran en mi corazón, lo mismo que las aventuras de pequeñita en el campo de mis abuelos en el sur. Sé que tanto papá y mamá pusieron anhelos, sueños, visión y su fuerza en construir una vida juntos y para nosotras, sus hijas, nuestra familia. Y desde ya aclaro también que mi familia dista mucho de ser perfecta y mucho menos la idealizo, la conozco bien, pero sí sé reconocer su fortaleza y su valor, lo que habita en mí gracias al esfuerzo y trabajo de papá y mamá.
Tengo tantas cosas que contar de La Blanca que continuaré otro día. Un abrazo.
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