Publicado por Florencia Ana
—
He decidido que el miedo sea mi fuerza. Jugando, les suelo decir a mis niños que pueden inventar lo que ellos quieran, que con sólo imaginar algo, se hace real. ¿Entonces por qué yo no?
Desde todos los puntos de vista que lo he leído, el miedo es una emoción fría, dura, quieta, que inmoviliza y no nos deja fluir. Yo he decidido convertir el miedo en mi motor.
Voy buscando el miedo, oliéndolo, identificándolo, como si fuera un pedazo de carne que se pudre y que es imposible no oler. Muchos lo tienen en frente y lo tiran a la basura, o lo tapan y no lo ven. Lo dejan ahí, pudriendo todo.
Yo he decidido ser felino e ir a comerme la carne podrida. Cuando me aburro, busco dónde huele a podrido, qué me da miedo, y me lanzo a comer. «Por ahí es», me digo.
A veces me escriben que me admiran por atreverme, por romper, como si no tuviera miedo. Yo, alguna vez fui miedo, como si el miedo fuera mi ropa, mis huesos, mis músculos, mi sangre y todo junto y revuelto. Como si mi única constitución fuera el miedo y por consecuencia también mi nombre. Hasta que lo empecé a seguir y me lo empecé a comer.
Derretí al miedo, muté al miedo, cambié al miedo. Me decía que el miedo era estático y lo convertí en movimiento. Lo perseguí hasta que corrió más rápido que un guepardo. Lo olí hasta que se acostumbró a mi respiración cercana. Lo manoseé hasta que ya no se llamó más miedo.
Todo lo que he hecho lo he hecho muerta de miedo. Y después de hacerlo, ya no le he tenido miedo ni a eso ni a muchas cosas más. Es como que el atravesar cada miedo trajera de premio sacarse diez miedos más de encima.
Escribí mis libros muerta de miedo.
Miré el ataúd de mi hermano muerta de miedo.
Me fui a vivir a un pueblo sin ninguna certeza.
Me vine a estudiar a Barcelona siguiendo uno de mis miedos más grandes.
Hoy, ocho meses después, tengo menos miedos, pero no podría decir que más certezas. Es como si fueran espirales que se van abriendo y uno, cada vez con menos ansiedad va entrando a ellos, y se van abriendo más espirales o más abanicos, y se expanden, y no paran. En cada circunferencia atraviesas miedos y dejas capas, aparecen caminos, cada vez las capas son más finas, transparentes e intangibles. Te das cuenta de que el miedo sólo es quieto si tú lo deseas así, porque en realidad el movimiento es continuo, nunca estamos realmente quietos, o sin movimiento o fuera del espiral. Lo único que puede suceder es que estemos en él, pero no nos hayamos dado cuenta y estemos rebotando de un lado a otro con los pies colgando, como en ese juego de Fantasilandia, sin aprovechar este espiral, que en realidad es un túnel o un embudo, es un viaje que nunca empieza y que nunca termina. Pero que si lo miraras desde afuera verías que es bello, que brilla como un arcoíris, que el verdadero desafío es estar dentro y lograr encontrar la perspectiva de esa belleza mientras el espiral avanza. Y de alguna manera mientras avanzas, tienes un poco menos de miedo y estás más cerca de ti, o de eso que los estudiosos llaman SER.
Una vez escuché que para ser valiente hay que tener miedo. ¿Si no qué estarías atravesando? ¿Qué viaje estarías haciendo?



Florencia Ana A veces narro en verso Autora libros infantiles: El Mundo de Lucinda
Sigue a Florencia en sus redes sociales: https://www.instagram.com/intentandola/
Acuérdate, sé respetuoso/a con mi trabajo, si no te gusta simplemente busca otro contenido acorde contigo, seguro lo hay. Y por supuesto, puedes compartir lo que publico, mencionándome en las entradas que hagas a través de cualquier medio.