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Hace ya algunos años, una mañana de otoño o primavera, no recuerdo muy bien, de camino al trabajo algo sucedió, algo que se ha convertido en una fuente de recuerdos a la que siempre vuelvo. Acercándome al semáforo para cruzar la avenida por el cruce de peatones, mis ojos se fijaron en un niño de unos 9 años aproximadamente, que caminaba solo por la acera vestido con su uniforme escolar. Personalmente, siempre me fijo en los niños, me gusta contagiarme de su espíritu observador y curioso, con la alegría de sus corazones y su honestidad.

Avancé sin perderle de vista, hasta llegar al semáforo y entonces me di cuenta de que miraba a su alrededor buscando algo o a alguien. Estaba solo, no había nadie a su alrededor, al menos lo suficientemente cerca, que diera indicio de estar con él, por eso me acerqué y le pregunté si estaba todo bien. Él me miró con ojos expresivos y tranquilos, con una sonrisa infantil que delataba inocencia y un toque de travesura. Estoy perdido, me dijo. Venía en la micro para ir al colegio y me quedé dormido, cuando me di cuenta me bajé de la micro pero no sé como llegar a mi colegio ni a mi casa desde aquí, no sé donde estoy.

Se me paralizó el corazón a la vez que puse mi mente a trabajar para ver qué podía hacer. Le pregunté por su colegio y donde quedaba. Nunca había escuchado el nombre de su establecimiento pero sí de la comuna y el sector que me indicó. También le pregunté si viajaba solo todos los días en transporte público hacia el cole a lo que me dijo que normalmente lo hacía con su hermana mayor que también era menor de edad, con unos pocos años más que él. Y es más, me dio todos los detalles de lo que le había pasado. El día ya había empezado difícil para él. Le costó despertarse, levantarse y tomar el desayuno. Su hermana mayor le estaba apurando constantemente, pero no pudo seguirle el ritmo. Su mamá se fue a trabajar. Su hermana se fue a clases, sin él. Su papá no vivía en la casa familiar. Y yo pensé, a su edad, con 9 años, me pasaba algo similar, viajaba una hora en micro con mis hermanas mayores para ir al cole lloviera, tronara o terremoteara. Literalmente, así. Y sabía exactamente como se podía sentir ese niño de 9 años que debía levantarse a las 6:30 de la mañana y prepararse, prácticamente solo, para ir de lunes a viernes a estudiar. Para cumplir con su deber escolar —así le llaman algunos— lo que para mí es otra cosa, sacrificio, separación, dolor.

Con la información que tenía tomé decisiones rápidamente. Cosas que pasaban por mi mente: ¿lo llevo al colegio? no tengo idea de cómo ir y no sé si es correcto. F. P. (le llamaré por sus iniciales, no pondré aquí el nombre del niño por protección de su privacidad), no conoce el teléfono de contacto de su papá ni de su mamá. Mientras intenta recordar donde trabaja su papá porque de su mamá no sabe nada, tengo claro que lo llevaré a los carabineros más cercanos. ¿Dónde está la comisaría más cercana? Ni idea… ¿Qué hago? Buscar ayuda, sí. ¿Dejarlo solo con los carabineros? Ni de broma. Voy a la oficina a trabajar…llamaré, seguro lo entienden, ya veré.

Listo! mi mente encontró la solución. Me fui directamente a la Moneda, sí, ahí está la guardia de carabineros, era lo más cercano y estaba segura de que ahí me ayudarían. Todo esto fue pensado y realizado en un espacio de tiempo muy ejecutivo. Crucé la avenida, con FP de la mano, había mucha gente en el trayecto y no quería que se volviera a perder y sobre todo, quería transmitirle calma, y seguridad, que todo estaría bien. FP era un sol de niño, con un espíritu bonito y amoroso, alegre.

Le dije lo que íbamos a hacer, por su parte él tendría que recordar donde trabajaba su papá y lo hizo, al menos me dio unas pistas y con eso fue suficiente. Llegamos a carabineros de la Moneda, los de la guardia y ellos nos escucharon atentamente. Les pedí que averiguaran con el nombre del papá en el lugar indicado por su hijo, si efectivamente trabajaba allí y que, una vez confirmado, lo llamaran para que viniera a buscar al niño. Y también les dije que me quedaría con FP hasta que su papá llegara a buscarlo. Hasta ahí todo normal. Luego ocurrió lo más lindo de todo, al menos para mí.

Lo que les compartiré completa esta historia, al menos para mí porque no sé que pasó con FP una vez estuvo con su familia. Estábamos en la guardia esperando y veo que vienen caminando hacia el Palacio de la Moneda algunas compañeras de trabajo. No saludamos sorprendidas y contentas de vernos, les comento que estoy en un trámite y todas saludan a FP como si lo conocieran o creyendo que era mi hijo. Entonces, se me ocurre preguntarles si puedo sumarme a la actividad, dado que la programación está muy interesante y ad hoc a mi trabajo, a lo cual acceden rápidamente incluyéndome en la lista de asistentes. Fue así que entramos con FP a la actividad mientras esperábamos la llegada de su papá. La policía no puso impedimento, les di mi celular para que me contactaran si lo necesitaban, ellos tenían todos mis datos y FP no podía mas de alegría. Estuvimos en la actividad, pudimos visitar los patios, capilla y un salón del Palacio de la Moneda, caminamos lento por los corredores, pudimos apreciar algunas de las obras de arte del lugar y conversar en una mañana en la que el sol fue nuestro amigo y compañero. Él nunca había visitado el Palacio y le fui explicando algunas cosas. Las personas, le saludaban con sonrisas y amabilidad, él por su parte correspondía los saludos enérgicamente.

Salimos y su papá llegó a los 10 minutos, su hijo fue hacia él contento de verlo y contándole lo que había sucedido. Por mi parte, no pude disimular mi inquietud ante la vivencia del niño, que maravillosamente no tuvo mayores consecuencias. Su padre se disculpaba ante los carabineros diciendo que efectivamente el no vivía con él y desconocía las condiciones diarias en las que se desarrollaba la vida de su hijo…No era la primera vez que FP se perdía, su familia, al parecer, poco caso le hacían. Y esto sí que me dio pena y también rabia, que niños y niñas no estén bien cuidados. Que las condiciones en las que viven las familias no favorezcan a nadie más que a unos cuantos y podría seguir. Pero no quiero quedarme con eso, prefiero el abrazo de FP al despedirse y su alegría genuina, son un tesoro que siempre me acompañan.

Recordar y compartir esta experiencia me pone muchas veces en perspectiva y me ayuda a evocar la belleza que habita en las personas, especialmente cuando somos niños y niñas, cuando nuestra inocencia es vital, lo mismo que nuestra capacidad de asombro y alegría. Y sobre todo, que en nuestro camino podemos encontrarnos con personas bonitas que nos pueden ayudar hasta en los momentos más difíciles. Porque no me cabe duda de que FP estaba asustado y aún así pudo confiar en mí. Y yo se lo agradezco con todo mi corazón.

Acuérdate, sé respetuoso/a con mi trabajo, si no te gusta simplemente busca otro contenido acorde contigo, seguro lo hay. Y por supuesto, puedes compartir lo que publico, mencionándome en las entradas que hagas a través de cualquier medio.

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