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Esta sección, Hablar de Barcelona, la comencé a escribir para recuperar en mí esa parte del pasado que parecía haberse esfumado. Vivir en Barcelona durante tantos años y luego volver a Chile fue un desafío muy grande para mí. Tardé años en adaptarme, situarme en la ciudad, en una nueva forma de vida en mi propio país.
Este intento de recuperar lo perdido, o lo ya no vivido, me ayudó a conectar con esa parte de mí olvidada en el fondo de mis recuerdos; mis emociones y mis experiencias revivieron.
Recuerdo que me vine a Chile con la idea de hacer mi proyecto de fin de carrera trabajando en la memoria familiar. Se trataba de hacer un viaje de vuelta a mis raíces, reivindicando mi sangre mestiza. Antes hice el viaje al origen europeo y estuve revisando en Catalunya, la otra parte, es decir, aquella de mis antepasados catalanes, que llegaron a Chile durante el SXIX.
Ahora, vengo de vuelta a la memoria familiar a través de otros estudios que me han permitido profundizar en la historia de mi familia, no solo a través de una idea sino de una forma más concreta e intangible. A través del estudio del Transgeneracional he podido verme, reconocerme y de igual modo, ver y reconocer mi árbol genealógico, tanto por el lado paterno como materno, y este se ha ido develando de una manera preciosa, amorosa, sanadora.
He podido conocer historias, en realidad recomponer parte de la historia desconocida o mal contada, porque investigo y reviso certificados, documentos, algunas fotos, incluso leído parte de la historia de Chile y de España para comprender el contexto histórico de lo vivido por mis antepasados. Todo esto por el simple hecho de saber que de alguna manera también está en mí. La maravillosa neurociencia y la epigenética ya lo dicen, nuestra historia familiar está en los genes y en las células de nuestro cuerpo. Deja de ser abstracto para dar paso a lo real, que la intuición es real, que la comprensión de la vida es real. Y aunque no hay evidencia tangible para todo lo que sucede, aceptar el misterio es suficiente para mí. Y está bien. Aceptar lo que es, me da raíces, abre espacio para ocupar mi lugar.
He podido descubrir cosas lindas como una de mis tías abuelas paternas, fue una artista que participaba de los salones de arte a fines del SXIX y principios del SXX. Que tengo documentos donde está su nombre y que sueño con encontrar esos archivos para ver sus dibujos y pinturas en el Museo de Bellas Artes o donde quiera que estén. O darme cuenta que mi bisabuelo al llegar a Chile se instaló con su familia junto al actual edificio de la casa central de la Universidad de Chile, en una de esas casas coloniales que ya no existen en el centro de la ciudad. O que otra tía abuela, vivió a pocas calles de donde vivo actualmente y que murió muy joven al dar a luz a causa de una infección puerperal, dejando a su marido viudo con cinco hijos. Eso inevitablemente me conecta con ellas y con mi bisabuelo que vino desde Barcelona, lugar amado donde viví tantos años. Y tal vez al que vuelva mi hijo algún día, si él así lo quiere siendo mayor.
Sobre todo, me quedo con la inmensa gratitud que hay en mi corazón al sentir la generosidad del árbol, la experiencia amorosa y también compleja porque toca revisar la sombra familiar. Aún así ahora sé y veo como se recompone, cómo mis ancestros y ancestras están aquí para mí, y mi descendencia, para que nuestra vida sea mejor y más libre, cada vez más libre de hacer nuestro propio camino. Que tanto Chile como Barcelona habitan en mí desde siempre y que lo seguirán haciendo.
Nota: Plano de Santiago de Chile, año 1860. Biblioteca Nacional Digital.
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