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Cuantas veces me perdí, cuantas veces volví a mí. Así tal cual fue mi primer año en la ciudad. Fue una decisión hecha desde lo mas profundo de mi corazón y estaba muy tranquila con eso. Sabía con todo mi ser que quería vivir en Barcelona sin plantearme nada en especial; vivir y estar era suficiente. Algunos sueños como estudiar Arte, Museografía o algo similar rondaron siempre mi cabeza. Finalmente entré en la escuela de arte y diseño para estudiar Fotografía y fue toda una experiencia hacerlo.

Pero hoy no quiero tanto hablar de mis estudios sino de cómo vivir en un lugar de mis sueños también significó perderme. Sí, surgió en mí la sensación de no retorno hacia la vida que había dejado por completo: familia, trabajo, estudios, amistades, mi ciudad, mi casa y mis cosas personales. Sabía que me había ido de Chile para no volver o al menos para no volver a vivir en mi país en muchos años. En ese entonces nadie hablaba del duelo migratorio, hoy es algo conocido y tratado a nivel psicológico y social porque conlleva por una parte la adaptación a lo nuevo y desconocido, y, la elaboración del duelo ante la pérdida de lo que hasta ahora había sido tu vida. Se sabe que es algo multifactorial y que efectivamente te sientes entre dos aguas: por un lado feliz de tu nueva vida y por otro, hundida en la nostalgia.

Y sí, durante meses me cuestioné porqué me sentía así; si la decisión había sido total y absolutamente consciente y hecha con mucha determinación porqué me cuestionaba mis propias emociones, mi estado anímico, mi actitud. Fue duro sentir esa ambigüedad entre felicidad y tristeza. Hablaba mucho con mi familia, algo menos con mis amigas. Efectivamente en el camino hubo pérdidas, si bien volvía a Chile cada año de vacaciones, casi todas las amistades fueron quedando en el tintero, lo que me afectó mucho, eran personas que quería con todo mi corazón.

Adaptarme a la nueva cultura, me encantaba. Me sentía enamorada de prácticamente todo lo que iba conociendo a mi paso; la ciudad sobre todo. Me dediqué a observar aún mas detalladamente cómo se relacionaban las personas, como hablaban, como se vestían, qué cosas comían, y cómo se conjugaban distintas culturas en un mismo territorio; definitivamente lo multicultural fue una explosión de conocimiento, de disfrute, de belleza junto con el arte y la cultura. Punto aparte es todo lo que aprendí de las mujeres catalanas, wow!

También me adapté a una nueva forma de vida, pasé de vivir con mi familia a vivir en pareja, que además era de una cultura diferente, con costumbres distintas, casi, con un idioma distinto. Elegimos territorio neutral, cierto, y eso ayudó.

Y ahora, que ya sé lo que es el duelo migratorio, de verdad digo que habría sido todo tan distinto si antes de cambiarme de país lo hubiese sabido; me habría preparado de otra manera, no tardando tanto en acudir a terapia, porque digámoslo, fui mas bien por dudar si estaba correcto o no, sentir lo que sentía. La culpa era grande, me sentía incluso desagradecida al tener una experiencia increíble y no poder disfrutarla al máximo. Luego, después de un tiempo de adaptación y un proceso de asimilación de tantos cambios, las cosas fueron tomando su lugar, y pude sentirme mejor en mi nueva vida, en la ciudad de mis sueños.

Como dije en un principio, en ocasiones sentí verdaderamente que me perdía a mí misma. En la distancia, mi mamá me ayudó mucho, a la distancia sentí todo su amor y su apoyo. Me dio fuerzas en momentos difíciles y yo a cambio retomé mi impulso inicial y con determinación salí a la calle; tomé la decisión de disfrutar todo cuanto la ciudad ofrecía; empecé a caminar y caminar por la ciudad, me perdía en sus calles, en el trajín de las personas anónimas, sumergiéndome en la vida de la ciudad condal y sus rincones; en su arte, en su cultura, en su gente y me abrí a la posibilidad de amarla con todo mi corazón. En cada paso sé que la ciudad me escuchó y sostuvo mi corazón, mis pensamientos, mis anhelos. Sé que me dio amor a raudales.

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