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Cuando me fui a vivir a Barcelona sucedieron cosas que aún recuerdo con cierta intensidad. Partiendo por el viaje de ida. En el tiempo en que decidí irme a vivir al extranjero, esto no era algo tan habitual. No como lo es ahora. Además, yo no dije voy por un año, dos o tres sino que simplemente me fui sin fecha de regreso. Quería estudiar, no enseguida; sentía la necesidad imperiosa de descansar después de tantos años de estudios y también de trabajo. Quería conocer la ciudad y su gente, ser una más.
El billete de avión, de ida y vuelta, fue un regalo de mi mamá. Ella, aunque no estaba de acuerdo con que me fuera sin saber exactamente qué iba a hacer, muy generosamente quiso regalarme el pasaje para que yo dispusiera de más dinero para vivir el día a día. Pienso que también quiso asegurarse de que yo contara con un pasaje abierto por un año en caso de que decidiera volver dentro de ese tiempo.
Subí al avión, contenta. Me fueron a despedir mi mamá y unas amigas. Mi papá se despidió temprano durante el desayuno. Apenas conversamos y solo antes de irse a su trabajo, me dijo algo así como “no te doy mas de 6 meses viviendo sola, sin tu familia”. Estaba triste y contenido, me regaló unas risas y también un abrazo muy fuerte, muchos besos.
Una vez en vuelo, no sé muy bien cuándo, me puse a llorar. Me caían las lágrimas sin poder contenerlas. Internamente algo ocurrió, se removió absolutamente todo. Lo pude sentir físicamente en todo mi cuerpo, mis emociones se desbordaron y lloré sin parar durante mucho tiempo. Tomé conciencia de que era el momento exacto, en que no habría vuelta atrás, mi vida (o gran parte de ella) la haría lejos de mi familia.
Iba sentada en la hilera de asientos del medio del avión, en el pasillo del lado izquierdo. Junto a mí iba sentado un hombre de unos 45 años, él fue mi ángel de la guarda. Me cuidó durante todo el viaje. Procuraba que tuviera agua, que comiera, intentaba darme conversación muy discretamente. Solo recuerdo que vivía en Málaga y que era músico. Nos despedimos en Madrid cuando cada uno se fue a la terminal correspondiente para tomar su conexión.
Una vez en Madrid tuve tiempo de recomponerme, no estoy segura de si dormí algo durante el viaje, estaba agotada. Mi vuelo a Barcelona salía después de almuerzo por lo que contaba con tiempo suficiente para cambiarme de ropa, lavarme la cara, peinarme un poco y beber mucha agua. Salí de Santiago un frío mediodía de otoño y llegué a España en un caluroso día de primavera. Di vueltas por las distintas tiendas de la terminal nacional, almorcé algo ligero, me compré el Vogue Spain. Mientras caminaba con mi mochila pude observar a las personas; como se vestían, qué hablaban, qué comían, cómo se relacionaban. Quería absorberlo todo, me parecía extraordinariamente atractivo y magnético. Muy lentamente, con una sensación de languidez y placer, una mezcla de sentimientos que poco a poco se fueron apaciguando me entregué a mis sensaciones y emociones.
Tomé mi conexión a Barcelona y en cincuenta minutos aterricé en la hermosa ciudad a orillas del Mediterráneo. Llegué a Barcelona y mis maletas se quedaron en Santiago; varios días después las pude recuperar. Supongo que eso reflejaba mi sentir, estaba con mi corazón dividido en dos. Una parte estaba en Chile con mi familia y la otra estaba conmigo emprendiendo los primeros pasos de los próximos diez años de mi vida.
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