Durante estos meses mis sobrinas mayores y su hermano han ido de viaje a Barcelona, se fueron de vacaciones y aprovecharon para pasar algunos días en la ciudad. Esto hizo que hablar de Barcelona fuera mucho más habitual entre nosotros. Mientras organizaban sus viajes, me preguntaban acerca de la ciudad, dónde ir o cualquier cosa que se le cruzara por sus mentes inquietas. Y muchas risas. Nada o poco de mi Barcelona creo que exista ya. O sí.
Me acordé de cosas que a mí me gustaban y que más disfrutaba viviendo en Barcelona. Una de ellas era la vida de barrio. La otra, era que desde que llegué me sentía y vivía como una turista, todo el día quería estar en la calle. Simplemente inevitable.
Como ya he dicho en otras ocasiones, viví siempre en el mismo piso en el barrio de Gràcia. Definitivamente, el mejor barrio para mí. En la zona de la Vila de Gràcia había una mezcla perfecta entre calles pequeñas, plazas, mercados, tiendas de autor con una tremenda variedad de restaurantes, bares y cafeterías. Lo suficientemente lejos del centro de la ciudad, lo cual hizo que a la velocidad de un rayo se convirtiera en mi lugar favorito.
Al principio me costó
mucho acostumbrarme a los horarios del comercio, a vivir en departamento y no perderme entre callecitas que me parecían todas iguales. Sin embargo, poco a poco fueron apareciendo mis lugares predilectos: heladerías, plazas, galerías de arte, salas de cine, librerías y tiendas con ropa de autor, mercado, churrería y los amados forn de pa (panaderías).
Comer helados en la gelateria de las hermanas italianas de la Plaça de la Revolució, cruzar la Plaça de Rius y Taulet —a la que declaré mi plaza— para ir a todas partes, caminar por la avenida de Gran de Gràcia, ir al Parc Güell o comer falafel en algún paquistaní fueron rutinas que me acompañaron durante años y que fui dándole forma como quién cocina a fuego lento. Con mi espíritu de turista que, casi siempre me acompañaba, me gustaba caminar a todos los sitios; vivir la ciudad a pie o en bicicleta era también de mis actividades favoritas, tanto en invierno como en verano. Sí, pasaba mucho tiempo en mi barrio y sus alrededores. Y todo a un ritmo que verdaderamente me sorprendía.
Barcelona hizo que se fraguara en mí el amor por las ciudades pequeñas, acostumbrada yo a vivir en una gran ciudad como Santiago, tardar 30 minutos o menos a los sitios hizo que mi calidad de vida y mi perspectiva acerca de las ciudades cambiara totalmente. Me di cuenta del tremendo amor que siento por la vida lenta, la importancia vital del bienestar en las ciudades: que el transporte público funcionara y que fuera agradable (a excepción del metro), que existieran servicios públicos como el bicing (arriendo de bicicletas) y buses que recorrieran la ciudad en su servicio nocturno con total seguridad. La salud pública gratuita y de calidad, lo mismo con los colegios al alcance de todos, conviviendo sin pudor ni rivalidad unos y otros.
Sí, eso fue algo realmente transformador, también la sensación de seguridad y poder caminar a las tantas de la madrugada sola por la ciudad o andar en transporte público a medianoche. Una mujer joven y sola caminando en plena noche por las avenidas y calles de la ciudad, fue una experiencia que me costó asimilar y que luego, la agradecía con toda mi alma. Esto también me hizo ver que es posible vivir en paz cuando el bienestar toca a la puerta de todos, en muchas de sus posibilidades, haciendo que la vida sea más bonita.
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