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Nada mas llegar a Barcelona descubrí cosas que me robaron el corazón y una de las más significativas en relación a la calidad de vida de los ciudadanos fue conocer los mercados de barrio. Tuve la mejor de las suertes porque mi casa estaba situada a pocas calles de uno de ellos con lo cual pude saborearlo con todos mis sentidos.

A diferencia de Santiago donde existen las ferias libres en distintas calles de la ciudad y algún que otro mercado a lo largo del país, en Barcelona los antiguos mercados que antes se situaban temporalmente en las plazas de barrios fueron establecidos en recintos techados, amplios y espaciosos convirtiéndose en centros llenos de vida con vecinos y vecinas de todas las edades.

La vida de barrio es de las cosas que mas valoro porque nos da un sentido, llevándonos más allá de habitar casas/barrios dormitorio para nada más dormir y vivir a puertas cerradas ignorando la realidad de mi entorno, sino que impulsa encuentros, donde vamos tejiendo un entramado que conoces, lo sientes y también lo aprecias. La vida de barrio ha estado presente desde siempre durante mi vida aunque con distintas variaciones. Y puedo decir que la ciudad de Barcelona, paradójicamente, puso de relieve y en el centro la real importancia de vivir conectados con el lugar y las personas que nos rodean.

Cuando amistades y familia han ido a Barcelona, todos han querido ver los mercados de La Boquería, Mercat Nou o de Sant Antoni, quizá los más famosos de la ciudad. Hermosos e interesantes, por cierto. Y en ocasiones tan imposibles de vivirlos con tanta población flotante que pulula por la ciudad. Aunque también los conocía y visitaba de vez en cuando, lo mío era estar en el del barrio en que vivía.

Ir al mercado era sentirme parte: perteneciente y acogida, era visitar un lugar lleno de inspiración con sus olores, colores, sabores, texturas, conversaciones y estilos. Y también sentía que la labor de quienes allí trabajaban era altamente apreciada, escuchada y buscada. Muchos de los puestos o tiendas son pequeños productores agrícolas o cocineros de oficio, de familias que entregan esa sabiduría y esa conexión con la Tierra aunque no se diga de esa manera. También era el lugar perfecto para conocer costumbres, formas de relacionarse, idiosincrasia. Todo esa mezcla que se produce en la cocina, las transformaciones de los alimentos y concebir el cielo al probar los quesos, las frutas, las preparaciones simplemente me encantaba y me sigue gustando.

Para hacer este escrito quise ver imágenes de ese mercado de la Abaceria en Gracia y pude constatar que ya no existe, lo derribaron para hacer uno nuevo. Me quedé impactada, lo reconozco. Hay tantas cosas que ya no son como las viví y conocí en la ciudad de mis amores y no por eso dejan de existir porque perduran en mi corazón. La transformación es la base de casi todo en la vida, dice Barcelona; lo que subyace es otra cosa, ahí está lo imperecedero y abarca lo infinito. Y está en todas partes.

Acuérdate, sé respetuoso/a con mi trabajo, si no te gusta simplemente busca otro contenido acorde contigo, seguro lo hay. Y por supuesto, puedes compartir lo que publico, mencionándome en las entradas que hagas a través de cualquier medio.

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