Libertad y desnudez son sinónimos. Si no lo son, deberían serlo tan solo porque ambos nos llevan a lo genuino que existe en nosotros: Espíritu y Cuerpo.
Como el viento que arrasa las praderas o mueve las copas de los árboles, la Tierra entrega verdad, ese tipo de verdad que no es esquiva ni es quimera.
Amores falsos recorren la ciudad, encandilan de primeras para luego convertirse en sucio resplandor. Ay! de los ojos que la miran sin ver.
Pensar que habitamos hormigón y cristales sin penetrar nuestros sentidos en la inmensa profundidad es una devastadora hipocresía. ¿Quién si no nos sostiene?
Salvajes, cara y cuerpo deambulan libres, sin tiempo ni temor. El sol y la luna iluminan el pensamiento, se puede ver el camino.
La pura belleza de la Tierra Salvaje en su útero, único e irremplazable.
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