Publicado por Guadalupe Valdés Raczynski
Celebramos Navidad, nos reunimos con los nuestros y siempre este nacimiento tiene un sabor a cierre y un olor al nuevo año que se asoma.
Mi corazón al menos, intenta en estos días repasar el año que termina y agradecer por tanto; exponer en Berlín, ciudad de mis ancestros y país en el que viví hace ya 20 años atrás. Tener la oportunidad de acompañar y alentar a mi hijo en un mundial de fútbol en Marruecos y conocer este fascinante país de África y el mundo árabe. Celebrar en la Patagonia los 15 años de mi hija recorriendo el macizo del Paine durante 5 fascinantes días, experimentando las 4 estaciones de forma simultánea, sumándose a ello paseos familiares a la cordillera; experiencias de naturaleza tan potentes que renovaron una y otra vez mi espíritu y por ende, mi pintura.
Revivo con tanta alegría los momentos luminosos de este año que de pronto olvido los inmensos desafíos que también implican. Recuerdo como tantas veces invoqué e intenté encarnar la fuerza de la montaña en los momentos de inseguridad laboral, en la enfermedad larga que aqueja a mi suegro, en la desafiante tarea de ser madre de 5 hijos y persistir en el mundo del arte y su difícil comercialización en Chile durante el último tiempo. Cuántas veces tuve que hacer el ejercicio de arraigarme a la tierra con solidez y elevar mi coronilla al cielo para encontrar en la unión de estas dos fuerzas la estabilidad y armonía de la montaña.


Y es que no solo pinto cordilleras porque habitamos sobre ellas, sino que también vivimos las montañas de nuestro propio interior pasando por valles, quebradas, grandes llanuras, volcanes , cimas, vientos, glaciares, ríos y valles; lo que las convierte en la metáfora perfecta de nuestra propia geografía. El recorrido de la vida es siempre con todos estos claroscuros porque es inconcebible llegar a la cima sin el trabajo previo de un extenuante ascenso. Y tal como el escalador, a veces, debemos volver a descender para alcanzar el siguiente valle o bien detenernos unos días y esperar para avanzar en un mejor momento, con condiciones más favorables. Y así las pulsaciones de nuestro corazón, tal como muestra un electrocardiograma dibujando un perfil morfológico idéntico a un cordón montañoso, retratan el transcurso de este año lleno de enseñanzas y reflota en mí la extensa vista desde la cumbre, que dura tan poco, y sin embargo, despierta un tremendo amor al recorrido, al camino, a la dificultad, el desafío, la incertidumbre y el aprendizaje.
De esta forma, el 2023 siento que fue un año de profunda integración… aprendiendo a soltar y dejando que la luz y oscuridad se desplegaran en su complementariedad, desaprendiendo el patrón de la dualidad, sin juzgar que algo puede ser bueno o malo, con las certeza de que en cada tránsito surge una buena nueva y abre un inédito paisaje como después de trepar una ladera.



Celebro el año que acaba, celebro el sabor de lo que muere, aunque duela. Celebro lo que nace con olor a esperanza sin muchas certezas más que un corazón abierto al amor y a hacer de esta vida un verdadero arte de claros y oscuros.
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