Al llegar estaban las plantas, las de siempre; helechos, hortensias, chilcos, achiras y demás árboles de del bosquecillo; maquis, avellanos, arrayanes, también el arroyo. Según fueron pasando los días y a medida que hacíamos en familia la mantención del jardín fuimos haciendo los descubrimientos de la tierra en este nuevo verano.
Como el sol calentaba con intensidad durante esta temporada, tuvimos que regar abundantemente para reparar la tierra y aliviar a sus habitantes. Todos necesitábamos agua, todos revivimos al notar que el verdor y los colores volvían a tomar su lugar. Verdes intensos, más claros, verdes brillantes y otros mucho mas profundos y oscuros. Y luego, ellas, las hortensias, que son las reinas del jardín junto a los helechos, retomaron su protagonismo y esplendor.
Haciendo la poda de limpieza descubrimos una ramas con algunos espirales que nos recordaron a unos helechos maoríes que conocimos durante la pandemia del 2020. En esos días de encierro obligatorio viajamos por el mundo a través de los documentales de viaje y uno de esos viajes nos llevó hasta Aote Aroa (NZ). Al ver este helecho en casa, en el sur de Chile, mi hijo lleno de emoción me dijo: ¡Mamá, un helecho maorí! Mucha alegría y juegos nos acompañaron, también conversaciones acerca de helechos y bosques templados, en Chile y en NZ.
Nuestro helecho, sin ser maorí sino de esta tierra hermosa, cuyo nombre es katalapi nos dio la entrañable posibilidad en estas semanas de poder apreciar su crecimiento y desarrollo. Desde unos espirales fornidos y suaves, a su ramificación y multiplicación en tantos diminutos espirales llenos de vida y sabiduría, de medicina.
No hay imágenes digitales o impresas de este proceso que vivenciamos, sin embargo, esta experiencia ya es parte tangible de nuestra vida porque nuestro cerebro ya ha captado y hecho suyo tan significativo y enriquecedor aprendizaje de primera mano, de tal manera que esas imágenes son tan reales y llenas de vida que persisten y viven en nosotros.
Vivir la tierra, sus procesos, conocerlos y tocarlos, ser partícipe de tan variadas maneras es tan importante como trascendental; nos sumergen en profundidades, las mismas que habitan en nosotros. Somos naturaleza y vaya que sí lo somos. Somos tierra, cosmos; los elementos nos habitan. Llenémonos de fuente de vida, conectemos con los procesos del sol, la luna, las estaciones, el nacimiento y la muerte, la regeneración.
Veo en los ojos de mi hijo la emoción tranquila del que ya sabe y está presente. Siento en mi propio ser la conmovedora existencia de todo y cómo estamos conectados, interrelacionados. Mi alma, mi corazón se desbordan de amor recordándome que este sentimiento es infinito y que la vida es una belleza en una espiral de katalapi.
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