Anochece en la ciudad, ella se despierta. Se da cuenta de que se ha quedado dormida junto a sus hermanas. Camina por la casa, está apenas iluminada por las luces de la calle que se cuela por las ventanas.
No se atreve a despertar a nadie, las mira una a una como duermen; serenas y confiadas. Oye un ruido en la habitación contigua, la que fuera la habitación de sus padres. Se dirige hacia allí, ve a una de sus hermanas dormida en la cama grande junto a su bebé. La claridad que entra por la puerta le permite ver su rostro. La bebé duerme sabiéndose amada. Cierra suavemente la puerta y se marcha.
Deja el hogar familiar y se dirige a su casa, caminando. Es un largo recorrido, pero no importa, la noche con las luces de la ciudad y la neblina que comienza a cubrirlo todo son su compañía. Abre la puerta, entra lentamente, queriendo alargar cada paso, la recorre. Observa cada habitación como si fuera la primera vez. Su mente divaga, toda clase de pensamientos vienen a ella; recuerdos, historias, personas.
Desde hacía tiempo un recuerdo persistía en su memoria. Estaba preparando e instalando todas sus cosas en su nuevo hogar. Con ilusión y entusiasmo genuino, colocaba cuidadosamente sus cosas en el cuarto de baño junto a la habitación de matrimonio. De pronto, un hombre mayor que allí se encontraba haciendo algunas reparaciones y que conocía muy bien a toda la familia, le habló con nostalgia de cómo la anterior mujer de su marido había pasado la mayor parte de sus días sumida en la tristeza y la soledad, enferma. Que revisara todo bien, tal vez, alguno de los objetos personales de aquella mujer estuviese aun dando vueltas por esa casa. Ella lo escuchó extrañada, no dijo nada, solo pensó en que su marido llevaba tiempo viudo cuando lo conoció, y ahora al vivir juntos, la casa cobraba nueva vida. Seguramente, ya no habría nada.
Con estos recuerdos y con esas palabras en su cabeza, sabiendo que se encuentra a solas en casa, recoge sus llaves y el abrigo, sale a la calle en busca de su marido. Camina suave y ligero, se desplaza confiada en poder encontrarlo. La noche ha avanzado, las calles solitarias, la neblina cubre el cielo y sus estrellas. Se detiene un momento en silencio, retoma su camino con paso lento, pasa una tras otra las callejuelas y alguna avenida. La fría brisa juega con su pelo.
A lo lejos comienzan a oírse ruidos, gente gritando, divirtiéndose, algo de música. Avanza y sus emociones se van agolpando, una mezcla de esperanza y miedo la recorre. Intranquila hace una pausa en su andar, respira y decidida va hacia un grupo de personas. Se acerca a un automóvil, una chica sale de su interior, la reconoce, ella le mira a los ojos diciéndole — No vale la pena hablar con él, lo mejor será que te marches.
De pié a unos pasos del auto ve como otras personas van saliendo de su interior por el costado contrario. Se asoma por la puerta entreabierta, ahí puede verlo. Él apenas puede consigo mismo, se inclina hacia delante para verla mejor. Está totalmente ebrio, una luz muy tenue le ilumina, ella se acerca, toma su mano que cae como tantas otras veces ha sucedido. Las lágrimas comienzan a caer por sus mejillas.
— ¿Qué piensas hacer? Se dice, en un murmullo que apenas puede sostener. ¿Qué haremos? Le mira intentando encontrarlo, más no hay respuestas. El cuerpo de él cae pesado sobre el asiento. Ella, haciendo un gran acopio de fuerzas y con su corazón desprendiéndose del pecho, se marcha. Emprende su camino de vuelta.
Al amanecer, con la espesa neblina cubriéndolo todo, ella le imagina entrando en casa. Puede verlo avanzando a tientas hasta llegar a la habitación casi resbalando, hasta acostarse vestido sobre la cama. Tantas han sido las noches en vela esperando su llegada. Sabe que, al despertar en la oscuridad de la noche, de una nueva noche, él la buscará. Sin embargo, esta noche será distinta, la casa estará vacía, no habrá luces encendidas, ni música en la cocina. Tal vez, entonces podrá llorar. Ambos llorarán.
Ahora, ella camina en el amanecer.
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