Publicado por Valentina López Monroy
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Me he dado cuenta que me gustan los momentos de traslado dentro de la ciudad, especialmente cuando es caminando, en bici, o en metro (los autos me marean). Me he dado cuenta también que tengo una fascinación especial por el metro (underground, subte, tube, y sus derivados en otros países) y aunque no diría que es mi medio de transporte favorito, o el mejor, si puedo decir que me gusta mucho. Se me da bien: aprendo rápido las estaciones y los recorridos, entiendo mejor la lógica de las calles y se facilita mi despliegue citadino. Todo es un poco más fácil gracias a esos mapas de columnas (¿o venas?) subterráneas que conectan los extremos opuestos de una ciudad con puntos de colores y estaciones intermodales que juntan trenes, micros, buses y recorridos en un solo lugar (que para mi es una explosión de coordinación o como una arteria nutridora de la vida urbana).
Me gusta la lógica de entrar a una estación y saber exactamente cuánto me voy a demorar a la siguiente. Me gusta la sensación de tiempo dentro del metro porque en general no se ve el camino pero se sabe que se avanza. Es un tiempo etéreo y al mismo tiempo dramáticamente preciso y repetitivo. Me gusta el momento de traslado en el metro porque no requiere de tanta concentración y se encarna en mi una atención desatenta, algo así como una actitud blasé. El traslado de una estación a otra es espera y acontecimiento. Un ciclo repetitivo parecido a tirar una pelota al cielo y esperar recibirla. Ese momento de suspensión en el aire me alivia y me da perspectiva.
Me gusta ir parada sin afirmarme y mirar a la gente semi tambaleándose, semi entregados y semi expectantes.
Voy en el metro en Londres escribiendo notas en mi celular y veo a la gente, sus ropas, sus caras, sus celulares y libros, sus carteras y mochilas, sus perros, sus vidas. Voy pensando sobre mi vida, sobre el metro de Santiago y su gente, sobre Santiago y mi gente. Sobre el tube y su gente, sobre Londres y mi gente. Se me aparece un olor que me recuerda al verano en Londres y al invierno en Santiago. Pienso que no me voy a olvidar del olor al hogar en Jamaica Road, o de la casa en Church Lane pero ya se me está yendo el recuerdo del olor de mi pieza en Seminario. Se me mezclan los episodios y los olores y pienso que todo pasó muy rápido. Siento nostalgia del tube y todavía no me bajo. Pienso que cuando vuelva, el olor de la estación me recordará un momento vital condensado. Así como el olor de una casa a la que se va siempre en verano.
Me gustaría que el metro conectara Londres con Santiago.
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Voy en el metro en Londres escribiendo notas en mi celular y pienso en todas las mudanzas del último año, me agobian, pero las acojo y las quiero. Pienso en mis decisiones y en hacer maletas que van conmigo en un Uber y veo a los amigos y queridos que me reciben y me ayudan a subirlas y bajarlas del auto y de las escaleras. Me veo sacando ropa de la maleta para subirla a otro piso. Me veo succionando el volumen de la ropa con una aspiradora y moviendo a cuestas por el parque una escalera gigante, y a mis amigos acarreando bolsas, y a mis queridos subiendo todo a una camioneta. Veo todas mis estrategias de traslado desde Seminario hasta Church Lane. Y me acuerdo de ayer caminando por Turnpike Lane 20 minutos hasta mi casa con una maleta amarilla size L porque la que me traje de Chile ya no puede volver.
Voy en el metro en Londres escribiendo en las notas de mi celular y ya tengo nostalgia de mi vida acá. El traslado me alivia y me da perspectiva. Siento gratitud y me emociono. Me agradezco a mi misma y me siento bien. Dejo de exigirme.
Cuando decidí venir a Londres a estudiar tomé todos los riesgos. Las condiciones eran adversas: no había beca, había pandemia, habían hoteles sanitarios y restricciones, no había certezas. Cuando tomé la decisión, lo hice porque no podía seguir postergando mi necesidad de darle tiempo a mi ímpetu creativo que hasta el momento había quedado en segundo plano. Estudiar performance era decir que, al menos por un tiempo, crear no era secundario a mi trayectoria profesional como socióloga. Así que lo hice.
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Cuando decidí venir a Londres no sólo traspasé fronteras territoriales sino también disciplinares. Traspasé posibilidades porque hice gran parte del magister online y me hice una amiga y compañera creativa a través de Zoom , que luego, gracias a las circunstancias, fue también mi compañera de hogar en Jamaica Road.
Traspasar fronteras disciplinares, al final, es más bien transitar todo el tiempo entre una y otra y por eso mi experiencia creativa en Londres fue un espacio en que pude diluir esos límites. Era artista y también socióloga.
Decidir por este viaje, fue un constante tránsito, como el estado de suspensión entre una estación y otra del metro. Todo se trató de pequeños saltos de fe cotidianos, de amistades que ocurrían fácilmente. De confianza y entrega.
Los amigos que me recibieron en mi primer día en Londres fueron los mismos que me despidieron en el último. Me ayudaron a subir y bajar las maletas chilenas y me despidieron en el tube con mi maleta amarilla size L.
En el último día, me fui en el metro hasta la estación intermodal que llega al aeropuerto, que llega al avión, que llega a Chile. En el avión vi fotos y leí mis cartas. Lloré cuando despegó y pensé que estar en tránsito es caminar sobre las fronteras para hacerlas inexistentes.
Valentina López Monroy Viviendo entre Londres y Santiago de Chile
Todas las fotografías que acompañan este texto son de Valentina López, fotografía analógica 35mm digitalizada
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