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Soy sincera, no me gustan los funerales, no sé bien que decir ni que hacer. Y no es precisamente por la idea de morir porque en realidad es una de las certezas de la vida, todos moriremos algún día. En verdad, no sé que hacer con tanto dolor de las personas vivas que se despiden de sus muertos, de sus seres amados que ya no estarán más físicamente junto a ellos.

¿Qué se puede decir?

» Lo siento mucho, te doy mi pésame...
»  Este dolor pasará, hay que seguir adelante...
»  LLora, desahógate, te hará bien...

Bueno, todas las anteriores pueden ser buenas maneras que denotan algo de simpatía, sin embargo, ¿esto alivia de alguna manera el dolor de los que se quedan? Y cuando al que debemos abrazar es un ser amado, uno de nuestros seres amados? Estas son preguntas ante las cuales no tengo respuestas fáciles, será por eso que los funerales se han quedado en mi memoria y todos ellos me han dado algo mas que solo despedidas y dolor.

Recuerdo especialmente algunos hechos familiares en torno a funerales que me hacen reír y también avergonzarme un poco. Son los funerales de mis dos abuelas y otras de algunos tíos.

Cuando murió mi abuela paterna, fuimos al velatorio, la misa y al funeral. Conocía a muy poca gente, casi a nadie. Mi papá, su hijo, no fue al funeral, se quedó trabajando. Nos envió a mi hermana mediana, mi mamá y a mí de emisarias. Vaya, así fue. Durante la misa, no se cómo ni porqué me entró un ataque de risa que no podía contenerme, fue totalmente surrealista. Mi hermana me miraba y esto hacía que me riera con más ganas, miraba hacia lo alto de la bóveda de la iglesia para bajar la intensidad, ninguna de las cosas dio resultado. Mi mamá me mandó fuera de la iglesia con una mirada que solo las madres saben poner. Mientras estaba afuera en el jardín de la iglesia venían personas a darme consuelo pensando que lloraba. No sabía donde meterme, me puse a caminar por la acera recordando algunos de los momentos compartidos con mi abueli, especialmente su sonrisa y su ternura. Así poco a poco pude calmarme y volver a entrar para despedirme de todos los familiares y amigos de la familia.

Muchos años después murió mi abuelita materna, viajé a despedirme de ella en su ciudad natal. Dormí casi las 7 horas de viaje en bus. Mi mamá y mi hermana mayor viajamos a despedirla, viajamos las tres desde distintas ciudades. Esta vez me reencontré con muchas personas que no veía desde hacía tiempo. La mañana del funeral comenzó moviéndose la tierra con un temblor de mediana intensidad y dándome cuenta que la ropa que llevaba en la maleta se había manchado con algo que no recuerdo. Tuve que ir al funeral con ropa de mi prima, y algo que me pasó mi mamá, todo lo mío se fue al lavado. Pude compartir momentos familiares muy lindos a pesar del dolor. Pasamos apenas dos días compartiendo con mis familiares, oí conversaciones difíciles, del pasado y del presente, de una familia muy numerosa. Me vine con una sensación bonita y también extraña, habían tantas historias desconocidas que parecía estar viendo una película, entonces sentí que los años fuera de mi país también significó eso, ausentarme de encuentros y vivencias, quedando ajena a esa parte de la historia familiar.

Y por último, están todos aquellos funerales a los que fui con mi papá despidiendo a cada uno de sus numerosos hermanos. Fue en esas instancias donde conocí a gran parte de mi familia paterna, de funeral en funeral (eran catorce hermanos en total), además de todas las historias que papá contaba en las largas sobremesas de domingo. Es curioso que sin conocerlos apenas, sabía bien acerca de una parte de sus vidas. Ir a estos funerales me ayudó para conocer a mi papá y situarlo en el mapa de una familia tan diversa y grande. Me acuerdo de uno especialmente, uno al que fuimos durante una noche de invierno. Nos dirigimos papá y yo al Hogar Español, no conocíamos muy bien el camino y nos confundimos de calles unas cuantas veces, lo que hizo que mi padre se pusiera muy nervioso y de pésimo humor, con lo cual nunca llegamos al velorio. En ese tiempo no habían waze ni wsp, no usábamos teléfonos celulares y fue milagroso llegar a casa hacia la medianoche. Ese camino de vuelta a casa con la furia de mi padre desatada fue un martirio que se alivió, un poco, cuando comenzó a llover. Y papá no pudo despedirse como él quería de uno de sus hermanastros mayores. Eso dolió.

He ido a más funerales, sí. Y en todos ellos lo que mas ha habido son historias. Estas son las que siempre recuerdo. De funeral en funeral, he aprendido muchas cosas, entre ellas, que vivir y morir, van de la mano.

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