Esta entrada que publico es muy personal, bueno casi todo aquí tiene esta distinción. ¿Qué sino es un diario? hablar de nuestra intimidad, desnudar el alma, nuestros sentimientos, las vivencias que nos quedan dando vueltas.
Alguna vez he hablado de mi bebecito en el cielo de los bebés, ahora quiero compartir por aquí algo de lo que nunca hablo, contadas veces en círculos muy íntimos, tal vez. Me refiero a mi deseo de ser mamá de todos mis hijos e hijas —que ya no tuve.
Hablarlo me sirve para vivir mi duelo; la pérdida de una vida que ya no tendré y que no será junto a ellos. Siento claramente que no es una despedida porque están en mi corazón, sus almas me acompañan, mi alma y la de ellos se conocen, se sienten, se aman, se reconocen.
Durante mi adolescencia, especialmente en mis 15 años, sabía y ensoñaba que a los 25 años tendría mi primer hijo y luego, en adelante, vendrían los otros tres. Por que sí, serían cuatro en total. Así como sabía eso también sabía que estaría muy difícil ser madre, que habría dificultades que sortear. Había una certeza en el cuerpo.
A los 25 años estaba ya viviendo en Barcelona, estaba con mi marido hacía algún tiempo y veía niños en todos lados. Y no, no me refiero a ir caminando por la calle y ver niños jugando o de la mano de su mamá. Veía mis hijos, los podía escuchar y sentir cerquita de mí, me rodeaban durante el día y los soñaba en las noches. Lo hablé con mi pareja y la respuesta fue un rotundo no. Lo intenté conversar y transmitir pero no hubo caso, las puertas estaban cerradas a la paternidad. Tuve que hacerme cargo de mi deseo y mi dolor de no poder acoger a nuestros hijos.
El dolor no pasaba con nada y lo viví en soledad, no lo expresé a nadie. No estaba segura de encontrar un abrazo reconfortante para lo que me pasaba, mi deseo era equiparable a sueños de juventud, como cualquier otro. La ansiedad fue mi compañera, nuevamente.
Tomé la decisión de seguir adelante, sin hijos, sin hijas, con mi pareja. Con mi tristeza. Tuve una gran conversación, con ojos llenos de lágrimas para despedirme de ellos y cerrar esta puerta. Tanto arrasó en mi esto que durante diez años o más no volví a hablar de maternidad y me cerré en banda, incluso llegando a convencerme de no querer tener nunca descendencia. ¿Para qué? Sentí traicionarme, sin querer darle mucho espacio a sentir, subí a la mente, me desconecté. Prácticamente todas las personas en mi entorno me decían que era lo mejor, ¿para qué tener familia?
Quince años tuvieron que pasar para tener a mi primer hijo en mis brazos y antes a mi bebecito en el cielo. Luego, por otras circunstancias o similares, renuncié por segunda vez a tener más familia. Y ese segundo duelo ha sido igual o más difícil que el primero porque a decir verdad, entre ambos forman uno solo. Y aquí estoy, tratando de que este duelo cierre, pero no puede cerrar si no lo hablo.
Honrada soy al saber que me eligieron y que en su inmensa nobleza y generosidad, han aceptado que el camino es otro. Y que adoro a mis hijos, los que he tenido y los que no han llegado. Reconozco que mis decisiones las hice sintiendo el dolor y cierta de que así debía hacerlo. Aunque esto último, ahora ya no lo tengo tan claro, tal vez, solo tal vez, podría haberme dado la oportunidad a mí y mis sueños, certezas —anhelos del corazón.
Por los hijos que no tuve y que ahora nunca tendré, siembro mi vida, maravillándome con la ternura y la alegría de sus voces y corazones, junto a mí. No renuncio a ellos del todo, podemos seguir juntos de otra forma, de alma a alma.
Acuérdate, sé respetuoso/a con mi trabajo, si no te gusta simplemente busca otro contenido acorde contigo, seguro lo hay. Y por supuesto, puedes compartir lo que publico, mencionándome en las entradas que hagas a través de cualquier medio.
