Mi precioso hijo me conmueve tan profundamente que es difícil de explicar. De pensamiento lógico, científico-matemático, especialmente, es capaz de expresar tanta ternura y sensibilidad que simplemente traspasa mi corazón, mi mente, mi espíritu. Su corazón noble y generoso que arma gran revuelo en solo segundos, dando muestra de gran fuerza y temperamento, sorprende mi vida y me enseña la grandeza y hondura de pensamiento que somos capaces de ser y habitar.
Me pregunto si siendo niña fui tan siquiera una parte de todo lo que mi pequeño niño me muestra con tanta vehemencia y determinación. Ciertamente, no puedo saberlo, tan solo puedo conformarme con lo que sé hoy de mí y que en la maratónica experiencia de la crianza he ido descubriendo al abrirme a mis propios confines ignorados.
Recuerdo sus ojos mirándolo todo desde que era un bebé; moviendo sus manos como queriendo expresarse y decir tantas cosas que sentía en su interior de aquello que percibía del mundo a su alrededor o de sí mismo. Yo solo podía mirarlo, escucharlo y amarlo, entregándome a experimentar en mi propio corazón su sentir, como si su voz y su pensamiento estuvieran conectado conmigo en tal sintonía que fuera imposible desligarme. Solo cuando sus ojitos se cerraban de sueño y contento, tomando la leche de mis pechos, me disponía a separarme de él sin querer hacerlo. Entonces ya no lo hacía y dormíamos juntos, envueltos en un solo sueño. Unidos, amándonos con nuestros corazones calentitos y risueños.
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