Publicado por Rodrigo Morales
—
De todas las vivencias significativas de mi vida, creo que muy pocas puedo recordarlas sin música, o sin un disco o canción asociadas a ellas. Es que desde pequeño en casa de mis padres sonó la radio, algún vinilo o un cassette en algún momento del día. Recuerdo muy nítidamente ver a mamá y papá bailar rocanrol en el patio para las celebraciones familiares al ritmo de Bill Halley y sus Cometas; o cuando mi papá una tarde después del trabajo llegó con un regalo inolvidable: el cassette La Voz de los ’80 de Los Prisioneros; o cuando hacía tareas del colegio en las tardes y en el equipo de sonido de la casa sonaba música clásica o el Alturas de Machupichu de Los Jaivas.
La música evoca situaciones, olores, sabores, momentos de éxtasis, de profunda alegría y de sombría tristeza también; sobre todo cuando la música pasa a diario por tu vida, desde que te levantas hasta cuando te duermes; cuando te eriza la piel, te emociona y se transforma en un alimento diario que te permite vivir mejor los días de la semana.
Mi playlist es variada; están en ella Silvio Rodriguez, Joaquín Sabina, Congreso, el flaco Spinetta, Cerati, Charly García, Miles Davis, Ella Fitzgerald, Pink Floyd, The Beatles, Led Zeppelin, Tool, entre otros. Escucho de todo, pero debo reconocer una fuerte inclinación por rock y el jazz.
Tal vez esa inclinación por el rock tuvo su nacimiento en un momento que recuerdo muy nítidamente. 7mo u 8vo básico, recreo, grupo de compañeros adolescentes y uno de ellos, Juanito Tapia, me pasa un cassette y me dice “toma, escucha esto”; era el Dark Side of the Moon de Pink Floyd. Desde ese momento esa banda de culto pasó a ser una de las bandas de cabecera de mis gustos musicales y cada vez que se han acercado a esta parte del mundo Roger Waters o David Gilmour, he ido a verlos, transformando esos instantes en experiencias musicales inolvidables. Y aunque a Juanito no lo veo hace muchos años, siempre lo recuerdo y le agradezco ese regalo de la vida, de su vida; porque cuando alguien te recomienda escuchar una canción, un disco o una banda, en rigor te está haciendo parte de un sentimiento propio, de una emoción profunda que ha decidido compartir contigo.
Y así como a veces recordamos detalles o escenas de una película o serie solo por su banda sonora (inolvidables son para mí los soundtrack de las películas de Tarantino o de la serie Better Call Saul), así también recordamos etapas de nuestras vidas que tuvieron una “banda sonora”. En mi caso, en una gran parte del tiempo que estuve en pareja con la madre de mis hijas sonó siempre Jorge Drexler y Gustavo Cerati; nos gustaban a ambos, los escuchábamos en todo momento y los fuimos a ver tocar en vivo cada vez que vinieron; recuerdo particularmente a Cerati en el Caupolicán, presentando el disco Ahí Vamos, con una banda de músicos increíbles que sonaron nítidos, afiatados y con una potencia grandiosa. Y bueno, luego pasó que, cuando me separé, tuve que dejar de escuchar a Drexler y Cerati por un tiempo, como parte del proceso de sanación, pudiendo escucharlos nuevamente y sin problemas, incluso con alegría, recién unos cuantos años después. No resultó por un tiempo en mí ese verso de Cerati que dice “pones canciones tristes para sentirte mejor…”, pero sí me hizo mucho sentido y con el correr del tiempo y ya sano, ese que dice “poder decir adiós, es crecer…”
Y entonces la música se va haciendo parte de tu cuerpo, de tus sentidos, de tu construcción como persona, en tanto somos seres compuestos de materia y de experiencias vividas. Mi hija menor nació con el disco Imaginación de Inti-Illimani sonando de fondo; con ellas, cuando vamos de viaje en el auto, nos vamos escuchando a The Beatles, jugando a adivinar si el que canta es Lennon, McCartney, Harrison o Ringo. Con mi actual compañera empezamos a tener onda en un concierto de Pedro Aznar; luego nos fuimos enamorando más viendo en vivo a Congreso, Waters, U2, Pearl Jam, Herbie Hancock, Artics Monkeys y tantos otros, o yendo a escuchar jazz al Thelonious o al Corner; Tengo un hermano músico que hace bellas canciones, con arreglos musicales hermosos y letras armadas con inteligencia y sutileza. Él un día decidió dedicarse a hacer música y a través de él me gustaría agradecer a todas y todos quienes hacen música, de todos los tipos, para todos los gustos, pues gracias a las y los músicos, sus equipos de sonidistas, coristas e instrumentistas, nuestras vidas son mejores, más llevaderas y hermosamente intensas.
Quise dejar para el final el recuerdo de mi padre recientemente fallecido. Creo que la musicalidad de mi vida es en gran parte gracias a él, porque como dije en el comienzo de este relato, en casa siempre sonó música. Durante este mes, luego de su partida, me traje algunos de sus discos y me he dedicado a escucharlos recordándolo; han sonado en mi casa estas últimas semanas Nat King Cole, Violeta Parra, Jesucristo Super Star (en inglés y en español), Niel Diamonds, Elvis, B.B. King, entre otros. Él se fue muy homenajeado, con canciones de mi hermano y de The Beatles de fondo, y lo voy a recordar siempre, sobre todo cuando me siente a escuchar un disco con una copa de vino en la mano.
Que viva la música, y las y los invito a que sigamos escuchando discos.
Acuérdate, sé respetuoso/a con mi trabajo, si no te gusta simplemente busca otro contenido acorde contigo, seguro lo hay. Y por supuesto, puedes compartir lo que publico, mencionándome en las entradas que hagas a través de cualquier medio.