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Es cierto que podemos aprender cada día y de distintas maneras, si es que contamos con la voluntad de hacerlo. En lo personal, me gusta observar mi entorno, a las personas que están cerca de mí y con aquellas que me cruzo fugazmente.
En el espacio público, mientras camino, compro o me traslado hacia algún lugar, escucho partes de conversaciones, veo gestos, movimientos, acciones, lugares, colores, sensaciones, olores. Y estoy segura de que en ese interactuar, pasivo o activo, aprendo.
En el último tiempo, desde 2020, la enfermedad ha sido una compañera de ruta a través de otros. Pandemia, enfermedades de seres queridos. Todo ha sido especialmente revelador, cuantas cosas suceden sin darnos cuenta si quiera, sin prestarles atención. Comprender nuestro camino a través del camino de otro, en esos puntos que se tocan, es una vía de aprendizaje al alcance de nuestra mano, si quisiéramos.
Si fuéramos capaces de acceder a la totalidad que está en nuestra psique inconsciente y en nuestro ADN para ver nuestro recorrido y el de nuestros ancestros con el fin de visualizar las lecciones aprendidas, sería algo estremecedor y tan aliviador. Todo cobraría un sentido, un real sentido.
Capaz que sí podemos hacerlo y existan formas autónomas de lograrlo.
Algo se enciende en nosotros frente a situaciones; con nuestra glándula pineal activa la intuición nítidamente emite su señal. Nuestra psique busca y ordena para discernir lo nuestro, lo ancestral, lo colectivo. Y en ese estado entrando al silencio conectando con el intimo ser que soy, expansivamente en meditación escucharme, decidir y tomar acción, desde el corazón. Alineada, en sincronía.
Pensamos que todo esto debiera ser al estilo de un monje en su templo. Personalmente siento que esto puede suceder en el diario vivir; caminando, comiendo, conversando. Es un aprendizaje constante; el monje somos cada una, el templo nuestro cuerpo.
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